Correo 55 publicado el 11 Marzo 2015

PÉLUSSIN O EL LARGO CAMINO HACIA LA PAZ LITÚRGICA

En nuestro correo en francés nº 474, consagrado a los saludos de año nuevo del papa Francisco, escribíamos: «A pesar de que persiste el ostracismo, cada vez son más numerosos los casos en que la concordia y la paz se establecen de modo duradero. En todos aquellos lugares donde los sacerdotes han hecho la prueba de celebrar la forma extraordinaria de manera honesta, la experiencia se ha revelado exitosa. Las reacciones negativas han sido limitadas y, más aún, las tensiones terminan siempre por atenuarse debido a que los prejuicios, originados casi siempre por el desconocimiento del prójimo, desaparecen».

El presente correo lo dedicamos a uno de estos ejemplos, Pélussin, capital de cantón del departamento de la Loire, en los contrafuertes del macizo de Pilat. La misa tradicional, que comenzó en una granja en los años 70 con el apoyo de la Fraternidad San Pío X, se celebra, desde el motu proprio Summorum Pontificum, en la iglesia Nuestra Señora, una de las dos iglesias del pueblo, en paz y concordia gracias al cura párroco de la época, el padre François Reynard, nombrado más tarde vicario general de la diócesis de Saint-Étienne.



La iglesia Nuestra Señora de Pélussin.


LA HISTORIA DE UNA PACIENTE RESISTENCIA

En los años 70, una familia de agricultores de Pélussin, hartos de soportar los abusos cometidos en el nuevo rito, se pone en contacto con el padre Bernard Waltz, uno de los primeros sacerdotes ordenados por Mons. Lefebvre en Écône. Éste, rápidamente secundado por otro sacerdote de Écône, el padre Chassagne, acepta celebrar la liturgia tradicional en la granja de la familia adonde concurre un grupo de fieles.

Ante el aumento numérico de la pequeña comunidad (con el nacimiento de los hijos) se llega a un convenio con el alcalde de una comuna vecina que pone a su disposición una capilla cercana al pueblo. Durante casi 25 años, la misa se celebra en esa capilla hasta que las nuevas autoridades municipales deciden, con la excusa de trabajos urgentes, poner término a dicho acuerdo.

Obligados a encontrar un nuevo lugar de culto, los fieles proceden a contactar al obispado. Desde el punto de vista canónico, su situación está en regla, dado que el padre Chassagne, el sacerdote que generalmente los atiende, ha integrado las filas de la Fraternidad San Pedro (FSSP). De hecho, el obispo se muestra favorable a los reclamos de la comunidad y pide al párroco de Pélussin que les abra las puertas de la iglesia Nuestra Señora, donde no se celebra ninguna misa el domingo a la mañana.

Como dicho sacerdote rechaza categóricamente la invitación episcopal, el obispo decide suplirlo y autoriza a la comunidad a celebrar la misa dominical «en cualquier lugar». Con esta firma en blanco del obispo y recordando que su historia había comenzado en una granja, los fieles deciden aceptar la hospitalidad de una habitante del pueblo que les ofrece su casa, situada a algunos metros de la iglesia Nuestra Señora.

En 2006, cuando circula el rumor de que en Roma se prepara un texto para liberalizar la misa tradicional, un nuevo párroco, el padre François Reynard, llega a Pélussin. Antiguo párroco de un pueblo donde el padre Chassagne y la Fraternidad San Pedro organizan todos los años una colonia de vacaciones para niños, el padre Reynard no es un desconocido para los fieles de Pélussin. A comienzos de 2007, durante una visita pastoral del nuevo obispo, Mons. Lebrun, deciden exponerle la situación en que se encuentran.

Poco tiempo después, con ocasión de un bautismo, el padre Reynard comenta a las familias vinculadas a la misa tradicional su deseo de conocerlas mejor. Se organiza entonces una reunión en el presbiterio, el 15 de abril de 2007. Las partes se entienden bien, lo que permite a los fieles exponer con total libertad al párroco la historia de la comunidad, muchas veces marginada debido a su sensibilidad litúrgica. Los fieles también explican al padre Reynard que su grupo y la comunidad parroquial ya están vinculados por lazos de familia o de vecindad. Además, se han celebrado varias misas de bodas y una primera misa de un sacerdote de la FSSP, nativo de Pélussin, en la iglesia de Nuestra Señora, en presencia de una numerosa asamblea, sin crear conmoción en el pueblo.

Con el respaldo de una carta de Mons. Lebrun que evoca la inminente publicación de un texto de Benedicto XVI, y tomando en consideración los testimonios favorables de los laicos comprometidos de la parroquia, el padre Raynard manifiesta a los fieles su deseo de regularizar la situación. Incluso, se vislumbra una solución inmediata, ya que el sacerdote piensa trasladar la misa dominical a la iglesia Nuestra Señora, mientras se realizan trabajos de restauración en la iglesia parroquial (San Juan). Como los fieles del rito tradicional tienen su misa a las 8:15 horas y la de la parroquia es a las 10:30 horas, considera que ambas celebraciones pueden hacerse una después de otra sin inconvenientes. Al término de la reunión, el sacerdote les pide un poco de tiempo para explicar el proyecto al obispo y comunicarlo al resto de los fieles.

Un fiel presente narra: «Le respondimos que el tiempo urgía porque no podía ser, habida cuenta de la dignidad del culto, que esta situación perdurara: la celebración de una misa dominical en una casa particular a menos de cien metros de una iglesia parroquial vacía. Era algo muy urgente, sobre todo considerando que esperábamos desde hacía mucho tiempo, pacientemente, sin hacer ruido, en paz, sin manifestar nunca, y que ya había llegado el tiempo de analizar nuestro asunto en el marco del anhelo expresado por el Santo Padre y secundado por nuestro obispo».

La publicación y la posterior entrada en vigencia del motu proprio Summorum Pontificum de Benedicto XVI durante el verano de 2007 llegaron a punto para reforzar la posición del padre Reynard. Así, a partir del Adviento de 2007, en la iglesia Nuestra Señora de Pélussin en un clima parroquial acogedor, se celebra finalmente de forma regular la misa tradicional «según la forma extraordinaria del rito romano», como la califica el texto pontificio.

Desde esa fecha, en este importante pueblo rural, todos los domingos y días de precepto se puede asistir a la misa cantada a las 8:15 horas, gracias a que los fieles se ocupan del aspecto musical. Como es natural, las familias fundadoras del grupo han ido envejeciendo a lo largo de 35 años de resistencia, y, poco a poco, aparece una nueva generación de fieles para quien la misa tradicional ya no es un tesoro que preservar sino que descubrir.


Primera misa del padre Roseau (FSSP), el 13 de julio de 2003, mucho antes de Summorum Pontificum.


II – LAS REFLEXIONES DE PAIX LITURGIQUE

1) Pacífica, silenciosa... pero resuelta. Así se manifiesta la larga resistencia de las familias de Pélussin vinculadas a la misa tradicional. En efecto, a pesar de las dificultades y oposiciones encontradas, siempre han logrado organizarse para mantener la celebración dominical. No hay que olvidar que han contado, desde el principio, con el apoyo de sacerdotes que eligieron seguir el camino de Mons. Lefebvre a comienzos de los años 70, por tanto, sacerdotes dispuestos y acostumbrados a todos los sacrificios a fin de poder ofrecer «la misa de siempre» a quienes la solicitaran. No obstante, y aun cuando podrían haberse contentado con su situación de parias, los fieles nunca han dudado en recurrir a las autoridades administrativas y eclesiásticas para exponer su derecho, mejorar su suerte y disponer de un lugar de culto digno y legítimo. Un admirable ejemplo de perseverancia movida por la esperanza.

2) Cuando la mayoría de las iglesias de Francia cierran sus puertas unas tras otras y las parroquias se reagrupan en conjuntos parroquiales en una escala cada vez mayor, el hecho de que todavía haya dos misas dominicales en una aglomeración de 3.500 habitantes debería llamar a la reflexión. Lo hemos escrito muchas veces y el ejemplo de Pélussin confirma una vez más nuestra tesis: cuanto mayor es la oferta, mejor responden los fieles. Al derecho, a la caridad, a la paz se agrega otro argumento a favor de la aplicación de Summorum Pontificum: la reevangelización.