Correo 84 publicado el 31 Enero 2018
LA MISA DE PABLO VI, ¿UNA FORMA RITUAL INFORME?
Elaborada
en el contexto teológico y de las mentalidades religiosas de fines
de los años sesenta, la reforma litúrgica de Pablo VI no ha
cumplido, ni de lejos, sus optimistas promesas. Pero aunque muchos
están de acuerdo en que ha fracasado ampliamente, pocos imaginan que
se pueda establecer un balance realista. Por nuestro lado, hemos
procedido en forma puntual al análisis crítico de algunos rituales
de dicha reforma: el del bautismo (ver el
correo en francés 413),
el de la confirmación (ver el
correo en francés 471)
y el de las exequias (ver el
correo francés 443).
En
este número quisiéramos abordar el núcleo de la reforma, la misa
promulgada por la Constitución Apostólica Missale
romanum
del 3 de abril de 1969. Muchos otros ya lo han hecho, empezando por
los cardenales Ottaviani y Bacci en su Breve
examen crítico del nuevo
Ordo
Missæ,
en 1969, pero nos ha parecido oportuno, próximos al medio siglo de
la reforma, contribuir a una nueva actualización de estos análisis
.
Consagraremos
una serie de tres correos a tal fin, donde consideraremos tanto el
aspecto ritual, o mejor dicho a-ritual del nuevo misal –objeto de
este primer correo– como el contenido propiamente dicho. En efecto,
del análisis del nuevo misal surge, en primer lugar, un aspecto
ceremonial realmente asombroso: en comparación con la precedente y
con las demás liturgias católicas (las liturgias orientales, la
liturgia ambrosiana, etc.), la nueva misa romana ya no constituye
realmente un rito.
Es como una forma sin forma.
El
conjunto ritual del catolicismo se había organizado durante la
Antigüedad cristiana a partir de la orden de Cristo: «Haced esto en
memoria mía » y de las ceremonias de la fracción del pan de
las comunidades apostólicas. Los ordines
romani de
los siglos VI al XII constituyen un testimonio del desarrollo
considerable del mundo ceremonial durante la Antigüedad tardía
y la Alta Edad Media, paralelo al del rico tesoro patrístico de las
mismas épocas. Transmitida por la Edad Media monástica y las
catedrales, esta herencia fue preciosamente recogida por la Roma de
la Contrarreforma. Con una aguda conciencia de que la liturgia, y muy
especialmente la liturgia romana, vehicula una traducción concreta
del dogma en el ámbito de los sacramentos y de la oración (lex
orandi, lex credendi),
una de las especificidades de la época tridentina fue, en el campo
cultual, la clarificación y canonización del Ordo,
es decir, del ordenamiento de las ceremonias.
En el siglo XX,
un doble movimiento de «retorno a las fuentes» -es decir, una
supuesta recuperación de las formas litúrgicas antiguas que
trascendía los «agregados» y «recargas» posteriores– y, por
otro lado, de adaptación a los tiempos actuales, la emprendió
contra el «fijismo» de las reglas litúrgicas, al mismo tiempo que
atacaba el «fijismo» de las formulaciones dogmáticas. El meticuloso cuidado con el cual los libros litúrgicos tradicionales ordenaban
la liturgia mediante las rúbricas (indicaciones relativas al orden
de la ceremonia, impresas en letras rojas, rubræ), se consideró, por consiguiente, totalmente anticuado. La explosión
se produjo en apenas pocos años. Desde las primeras etapas de la
reforma conciliar de la misa, la creatividad ha sido desbordante: la
de la cima (la Comisión para la Aplicación de la Constitución
sobre la Liturgia) se multiplicaba en forma geométrica en la base,
como lo ilustran perfectamente los famosos «nuevos curas» descritos
por Michel de Saint Pierre. Las modificaciones continuas que se
escalonaron entre 1964 (Instrucción Inter
oecumenici)
y 1968 –pensemos en las «rúbricas de 1965» pronto superadas por
las de 1967 (Instrucción Tres
abhinc annos)–
daban la impresión de que en materia litúrgica todas las normas
eran evolutivas. Fue entonces cuando llegó el misal de 1969, que ha
pulverizado, literalmente, el antiguo mundo ritual.
I
- Un universo ritual pulverizado
Desde
el punto de vista de las reglas que se deben seguir, el paso de un
misal a otro produce una impresión sobrecogedora: es otro mundo. En
lugar de los gestos y actitudes del cuerpo estrictamente determinados
por un uso inmemorial, las nuevas rúbricas son apenas indicaciones
-muchas veces, simples propuestas– bastante generales. A tal punto
que el aprendizaje de la misa, que ocupa un lugar concreto
considerable en la formación de los sacerdotes que celebran la
liturgia tradicional, ya no existe en los seminarios actuales donde
se enseña la misa de Pablo VI. Porque con el rito sucede lo mismo
que con el sentido de las traducciones de los textos: se considera
legítima cierta libertad personal, y la indeterminación resultante
sin gran importancia, o incluso, aconsejable, para una mejor
«adaptación a la vida».
Como ejemplo, tomemos sólo
el comienzo de la celebración de la misa:
a)
Los gestos
-
En el misal tradicional: «El
sacerdote sube al medio del altar; sobre él, pone el cáliz del lado del
Evangelio, saca el corporal de la bolsa, lo extiende en medio del
altar, sobre el que coloca el cáliz cubierto con el velo, mientras
pone la bolsa del lado izquierdo, etc. [...] Baja a la nave, se
vuelve hacia el altar, permaneciendo de pie en el medio, las
manos juntas delante del pecho, con los dedos juntos y extendidos, el
pulgar derecho cruzado sobre el pulgar izquierdo (lo que debe
observar siempre que haya de juntar las manos, salvo después de la
consagración), con la cabeza descubierta; después de haber hecho
una inclinación profunda o una genuflexión si el Santísimo
Sacramento está en el tabernáculo, en dirección a la cruz o al
altar, comienza, de pie, la misa. Etc. […] Después de haber dicho
Aufer
a nobis,
el celebrante, con las manos juntas, sube al altar, etc. [...]
Inclinado en medio del altar, con las manos juntas puestas sobre el
altar de modo tal que los dedos meñiques toquen el frente, mientras
que los anulares están puestos sobre la mesa (posición que deberá
observar siempre que tenga las manos juntas puestas sobre el altar),
etc. [...] Cuando dice "los méritos de tus santos cuyas
reliquias están aquí", besa el altar en el medio, con las
manos extendidas puestas a igual distancia de cada lado, etc. [...]
En la misa solemne, pone tres veces el incienso en el incensario,
diciendo al mismo tiempo: Ab
illo benedicaris,
"Bendecido seas por Aquél", etc.»
-
En el misal nuevo: «El
sacerdote sube al altar y lo venera con un beso. Luego, si le parece
oportuno, lo inciensa, dando una vuelta a su alrededor. [...]
Después, vuelto hacia el pueblo y con las manos extendidas, el
sacerdote saluda con una de las fórmulas propuestas».
b)
Las plabras
-
En el misal tradicional: «Después
de hacer la debida reverencia, se signa con la señal de la cruz en
la frente y en el pecho y, salvo que una rúbrica particular indique
otra cosa, dice en voz alta: In
nomine Patris, et Filii, et Spiritus Sancti. Amen.
Luego, con las manos juntas sobre el pecho, comienza la
antífona: Introibo
ad altare Dei.
Los ministros responden: Ad
Deum qui lætificat juventutem meam.
A continuación, de forma alternada con los ministros, dice: etc.
(salmo 42) [...] Al subir al altar, dice en voz baja: Aufer
a nobis...
"Borra,
oh Señor, nuestras iniquidades, para que merezcamos entrar con
pureza de corazón al Santo de los Santos. Por Cristo Nuestro Señor.
Amén". E inclinado, con las manos juntas sobre el altar,
dice: Oramus
te, Domine,
"Te rogamos, Señor, que por los méritos de tus santos (besa el
altar en el medio) cuyas reliquias están aquí, etc." [...] En
la misa solemne, cuando no es una misa de difuntos, el celebrante,
antes de comenzar la antífona del Introito, bendice el incienso,
diciendo: Ab
illo benedicaris,
etc.»
-
En el misal nuevo: [Después
de haber besado e incensado el altar, si lo considera conveniente],
«una vez terminado el canto de entrada, el sacerdote y los fieles,
de pie, hacen la señal de la cruz, mientras que el sacerdote dice:
"En el nombre del Padre y del Hijo y del Espíritu Santo. Amén."
Luego, con las manos extendidas, el sacerdote saluda al pueblo
utilizando, por
ejemplo,
una de las tres fórmulas siguientes: "La gracia de Jesús
Nuestro Señor, el amor de Dios Padre, etc." [...] El sacerdote
o un ministro habilitado puede hacer libremente una introducción a
la misa del día. A continuación, el sacerdote invita a los fieles a
la penitencia, diciendo, por
ejemplo:
"Preparémonos a la celebración de la Eucaristía reconociendo
que somos pecadores"». Siguen cuatro posibilidades:
1.
«Yo confieso a Dios Todopoderoso, etc.»
2. «Señor, concédenos
tu perdón, etc.»
3. «SeñorJesús enviado por el Padre, etc.»,
con dos variantes: «Señor Jesucristo, que has venido a reconciliar
a todos los hombres, etc.»; «Señor Jesús, por tu misterio
pascual, etc.»
4. La aspersión con agua bendita: «Hermanos,
pidamos al Señor que bendiga esta agua, etc. »
II
- La multiplicación de las elecciones libres
Y
así se encajan las opciones y se multiplican las elecciones. La
continuación de la celebración no hace más que confirmar lo que
venimos ilustrando:
a) En la liturgia de la palabra, al final de
la primera lectura, se puede observar un momento de silencio, «si se
considera oportuno». La segunda lectura no es obligatoria. El canto
de aclamación del Evangelio es, en general, el Alleluia.
Se puede o no incensar y llevar cirios en el Evangelio.
Otro
ejemplo: para la profesión de fe se puede utilizar el símbolo
niceno-constantinopolitano o el de los Apóstoles.
c) Hay diez
introducciones posibles para la oración universal, lo que no excluye
el uso de otras fórmulas, y nueve oraciones de conclusión, aunque
también se pueden tomar como modelo la oración universal del
Viernes Santo u otras oraciones.
d) La procesión de las
ofrendas al altar (y de otros dones destinados a contribuir con las
necesidades de la Iglesia y de los pobres) puede organizarse
libremente. El sacerdote dice las palabras de presentación en voz
alta o en voz baja: "Bendito seas, Señor, Dios del universo,
etc.", a las que el pueblo puede responder con una aclamación:
"Bendito seas por siempre, Señor".
e) Mientras que la liturgia romana -e incluso los demás ritos- desde la Antigüedad, tendía a restringir los textos que constituían el
meollo de la misa, seguramente para mantener la ortodoxia, resulta
difícil hacer el recuento de los nuevos prefacios: cuarenta y seis
para el temporal, diez para el santoral, trece para los comunes de
los santos, dieciséis para los difuntos, misas de esponsales,
profesión religiosa, misas votivas.
f) En particular, mientras
que la oración eucarística a la que precedían los prefacios era (y
sin duda siempre había sido) única, las oraciones eucarísticas son
ahora, oficialmente, por lo menos once:
cuatro principales; dos
para la reconciliación; tres para las misas con niños; una para los
grandes encuentros; y una para circunstancias particulares, en
función de las que se pueden elegir cuatro prefacios –1. La
Iglesia en marcha hacia la unidad; 2. Dios guía a su Iglesia por el
camino de la salvación; 3. Jesús, camino hacia al Padre; 4. Jesús,
modelo de caridad- con cuatro oraciones respectivas de intercesión
(el equivalente al Te
igitur
del canon romano) situadas en la segunda parte de la oración,
después de la consagración, como en las oraciones eucarísticas II,
III, IV. Pero existen otras, dado que algunas conferencias
episcopales han pedido la aprobación de oraciones eucarísticas
específicas para acontecimientos especiales.
g) Tres aclamaciones
son posibles después de la Consagración.
h) La introducción
al Pater tiene
dos variantes, pero es posible utilizar otras. La paz y la caridad
mutuas se manifiestan según las costumbres locales. El sacerdote
tiene dos opciones para las oraciones que siguen al Agnus
Dei.
i)
La bendición del pueblo se puede dar de modo solemne con veintiséis
posibles introducciones tripartitas, seguidas cada una por su
respectivo Amen.
La
confusión de las lenguas
La
desaparición del latín ha vuelto aún más sensible la explosión
ritual. La evaluación de la cantidad de traducciones a idiomas y
dialectos en los que se celebra hoy la liturgia, todavía llamada,
curiosamente, latina,
varía de 350 a 400 (la Congregación para el Culto Divino no logra
llegar a un cómputo exacto). Estas traducciones se han realizado por
iniciativa de las conferencias episcopales nacionales y han sido
aprobadas por la Congregación para el Culto Divino. De hecho, una
instrucción del 25 de enero de 1969 abría las puertas a una gran
libertad, en especial, en lo que se refiere a las realidades «que
chocan el sentido cristiano actual», a la actualización del
contenido de las oraciones, con una invitación a efectuar nuevas
creaciones. Cierto intento de restauración se ha empeñado en tratar
de rectificar las traducciones no del todo conformes con las
ediciones latinas (instrucción Liturgiam
authenticam,
del 28 de marzo de 2001), pero con resultados más bien
insignificantes, salvo, tal vez, en el mundo anglófono.
De
modo, pues, que las conferencias episcopales se han tomado libertados
bastante consecuentes; la más célebre es la traducción del pro
multis (la
sangre derramada «por muchos») de la consagración de la
Preciosísima Sangre, traducido por for
all, per
tutti, für
alle,
«por todos», o también la del consubstantialem del
Credo por «de la misma naturaleza». Libertades que tenían por
objetivo, en ciertos casos, la inculturación de la liturgia
(instrucción Varietates
legitimæ,
25 de enero de 1994). Así, en China, con el antecedente de la
querella de los ritos chinos, desde el 15 de febrero de 1972, se
celebran los antiguos ritos de inspiración confuciana en honor de
los ancestros. En Zambia, se ha suprimido la mezcla del agua y del
vino, con la excusa de que no tenía fundamento bíblico, cuando esa
supresión ya había sido condenada por el Concilio de Florencia, en
la época de la herejía monofisita, puesto que el agua simboliza la
humanidad de Cristo. El rito zaireño, adaptación congolesa del rito
romano, promovido por el cardenal Joseph Malula, arzobispo de
Kinshasa, fue aprobado en 1988, incluyendo la invocación de los
ancestros, el traslado de la preparación penitencial antes del
ofertorio, diálogos diversos entre el sacerdote y el pueblo, gestos
y movimientos rítmicos.
Si
bien es posible denunciar lo que se llama «abusos» de celebrantes
que hacen lo que les viene en gana, lo cierto es que la nueva
liturgia está intrínsecamente abierta a la creatividad. Cuando
el nuevo misal dispone que el sacerdote saluda al pueblo diciendo
«por ejemplo»tal fórmula a elección, o cuando se le propone como
«ejemplo» una monición, el mismo libro lo está invitando a la
creación personal. Así, la inserción, por parte de cada ministro,
de moniciones y comentarios personales, que nada prohíbe y que
incluso reclama este modo cultual, se convierte en algo natural. La
lengua vernácula conduce, además, al actor litúrgico a una
«interpretación» personal del texto que pronuncia, todo con las
mejores intenciones pastorales del mundo. Las tentativas de
restauración a partir de 1985, además de que han sido o son muy
aleatorias, chocan radicalmente con este carácter fluido y
"viviente" de la misa nueva.
La
misa nueva, ¿lex
orandi?
El
famoso adagio: lex
orandi, lex credendi,
«la ley de la oración regula la ley de la fe», se explica porque
todos los elementos de la disciplina universal de la Iglesia romana,
son, en cuanto a sus contenidos referidos a fe y moral, una de las
expresiones del magisterio ordinario y universal: la Iglesia de Pedro
no puede inducir a sus fieles al error en la manera en que les ordena
rezar. Esta expresión de la fe una
necesita
naturalmente cierta canonización
(1),
determinados medios que la transmitan.
Es verdad que la
explosión ritual de la reforma es secundaria con relación a la
modificación del contenido mismo del mensaje, tema que analizaremos
en los dos próximos correos. Pero, en un contexto general -el del
mayo del 68 francés- de relativización de la regla dogmática, este
abandono por parte de la Iglesia latina de su universo ritual
tradicional ha contribuido en mucho a debilitar el carácter del
culto como vehículo de la profesión de la fe romana. Esta
subjetividad novedosa, manifestada por la del rito, no deja de
plantear problemas desde el punto de vista del valor doctrinal de las
ceremonias nuevas.
Permítasenos realizar la siguiente
hipótesis: al carácter «pastoral», es decir, no propiamente
dogmático (infalible) del Concilio Vaticano II corresponde el
carácter «pastoral» de la nueva liturgia nacida de aquél, en la
medida en que ésta no pretende vehicular con la oración una regla
suprema de la fe. Porque, sencillamente, no busca ser, en el sentido
fuerte del término, una ley de oración, una lex
orandi.
---
(1)
En el sentido de codificación.