Correo 29 publicado el 12 Julio 2012

El Centro Saint-Paul o cómo contribuir a la nueva evangelización por medio de la tradición

Desde 2005, un antiguo taller del barrio del Sentier sirve como lugar, tan inusitado como fecundo, para la experiencia de la tradición al servicio de la evangelización. O más exactamente, aquello que el mismo Benedicto XVI definió como “nueva evangelización”, llamada a reavivar la fe de las viejas naciones católicas. El inspirador de este proyecto es un sacerdote atípico, proveniente de las filas de la Fraternidad San Pío X, el padre Guillaume de Tanoüarn. En su compañía y la de sus fieles, recorrimos el Centro Saint Paul, un lugar donde la liturgia tradicional, la iniciativa cultural y la ebullición intelectual se ponen en diapasón por amor a Cristo. Un lugar cuya vitalidad, sin embargo, el cardenal-arzobispo de París ignora con esmero.


I – Retrato del Centro Saint-Paul

Un día de semana, en París, frente al café del Croissant, donde fue asesinado Jean Jaurès. Nos encontramos con el padre de Tanoüarn a la salida de su misa matutina en compañía de algunos fieles. Por cierto, conocemos al padre de Tanoüarn y hemos seguido su singular recorrido, tanto teológico como filosófico. Pero nunca habíamos prestado real atención al apostolado que realiza desde ya hace casi siete años, fecha de su partida de la Fraternidad San Pío X, en el Centro Saint-Paul (CSP).

Sabemos que en el verano de 2006 estuvo entre los fundadores del Instituto del Buen Pastor (IBP), instituto Ecclesia Dei en el que estuvo muy empeñado el cardenal Castrillón, destinado a acoger a los sacerdotes de la Fraternidad deseosos de volver a la plena comunión con Roma. Sabemos también que el IBP es una joven realidad heterogénea, sometida por ello a numerosos sobresaltos y crisis de crecimiento, y objeto, recientemente, de una visita canónica a cargo del cardenal-arzobispo de Bordeaux, Mons. Ricard. Pero el objetivo de Paix Liturgique no es tomar posición en los asuntos internos de las comunidades religiosas amigas. No, lo que deseamos hoy es comprender la acción desarrollada por el Centro Saint-Paul, medir su alcance y conocer cómo se inscribe en el paisaje diocesano parisino, del que ya sabemos hasta qué punto está cerrado, en general, a la experiencia de la tradición.

Ante todo, "¿Por qué San Pablo?”, preguntamos al padre de Tanoüarn:

"En primer lugar, porque San Pablo es el misionero por excelencia y yo quería abrir un centro con vocación misionera; no hay que contentarse con el público etiquetado como tradicional, cada vez menos militante, sino buscar recursos en otra parte.
Además, porque soy muy sensible a una teología que es la de San Pablo, la de San Agustín y la de Pascal, teología fundada sobre el pecado original y sobre la gracia santificante (Rom. 5-8); teología de la salvación que ya no se predica hoy en día, con el riesgo de ver vaciarse las iglesias. Por último, porque en San Pablo no hay una espiritualidad particular, sino la universalidad de los comienzos."


La vocación misionera del Centro Saint-Paul se expresa, en primer término, por su ubicación, en la calle Saint-Joseph, en el corazón del Sentier: un barrio al mismo tiempo muy activo durante la semana, o sea, abierto al mundo del trabajo, y con un buen servicio de subterráneos como para permitir que los fieles concurran el domingo. Y lo suficientemente alejado del Quartier Latin como para no aparecer en competencia o como parásito de la iglesia Saint-Nicolas-du-Chardonnet, donde el padre de Tanoüarn fue vicario por más de diez años.

Físicamente, el Centro Saint-Paul cuenta con 400 m2, distribuidos en 4 niveles sobre la calle Saint-Joseph, una de las calles características del barrio del Sentier, donde, desde hace una decena de años, la decadencia de la actividad de los comerciantes textiles ha dejado desocupados locales con carácter, a buen precio, pero muchas veces con un diseño caprichoso. Y el CSP, cuyo alquiler es pagado gracias a la generosidad de los fieles, se cuenta entre estos últimos.

La capilla, que da a la calle, es una gran sala con pilares macizos, que no favorecen en nada la visión del altar por parte de los fieles, a lo que se suma, hacia la izquierda, una escalera moderna que conduce a los pisos superiores. En el primer nivel se encuentran las salas para cursos y las oficinas de los sacerdotes. En el segundo, las habitaciones. El subsuelo, al que también se accede a través de la capilla, abriga una agradable bodega, pero bodega al fin, destinada en parte a los archivos, y en parte a los momentos de convivencia organizados en el centro.

El CSP pasó de tres misas dominicales en 2005 a cinco celebraciones –9, 10, 11, 12:30 y 19 horas– a cargo de dos o tres sacerdotes. El padre de Tanoüarn cuenta con la asistencia permanente de otro sacerdote y el apoyo circunstancial de sacerdotes de paso. Como resultado, cada domingo el centro acoge alrededor de 250 fieles, con una alta tasa de renovación. Durante la semana, hay dos misas por día.

A este programa litúrgico, denso para una estructura semejante, hay que agregar lo que constituye la originalidad del centro: la catequesis, especialmente orientada al bautismo de adultos; las conferencias y debates sobre los más diversos temas; los cursos y servicios destinados a favorecer la integración social de los participantes. En efecto, buena parte de los fieles o de sus frecuentadores son solteros o personas aisladas, reflejo de la población parisina.

“Con nuestra conferencias, nuestros cursos de actualización y de aprendizaje profesional, deseamos permitir que la gente, en particular los trabajadores aislados, se reencuentre con la doctrina social de la Iglesia”, explica el padre. Ofrecer a todos un acceso cotidiano a la misa, a la espiritualidad y a la cultura católica, es, en pocas palabras, el desafío al que se enfrentan en el insual espacio de la calle Saint-Joseph desde hace siete años.

Willy, el fiel que acompaña al sacerdote, formula el comentario que surge luego de finalizar la visita: “El lugar es estrecho y no muy cómodo, cuando tantas capillas parisinas están vacías...”

Hablemos de Willy, quien simboliza perfectamente la obra llevada a cabo en el Centro Saint-Paul. Parisino del barrio Saint-Antoine, es un católico joven, a pesar de sus 80 años. En efecto, se bautizó sólo en 2009, en Pascua, en el CSP, por cierto. Una conversión que nos intriga y que Willy cuenta con simplicidad y malicia: “Tengo unos amigos en Provence, no lejos del Barroux, que tienen un pan extraordinario. Cada vez que los felicitaba, me decían que ese pan estaba hecho por unos monjes de los alrededores, y enseguida agregaban: “Hacen buen pan, pero son malos curas”. Comprendí que lo que se les reprochaba era que fueran demasiado tradicionales, lo que terminó por azuzar mi curiosidad y me condujo a descubrir Le Barroux. Allí hice un primer retiro, que me llevó a otro, hasta que manifesté a los monjes mi deseo de recibir el bautismo. Y fueron ellos quienes me indicaron entonces la existencia del Centro Saint-Paul.

A Willy, que no tenía conocimiento alguno de la liturgia católica, el culto tradicional le resultó algo evidente, a tal punto le parece “justo”. Luego, cuando pasó del marco protegido del Barroux a la falta de comodidad del Centro Saint-Paul, confiesa haber sentido “rabia al descubrir las condiciones del culto”. Hasta que se convenció de que se trataba, nada menos que de la “indigencia del nacimiento de Cristo en el establo de Belén”. Aunque no tiene ilusiones respecto de un eventual interés de las autoridades eclesiásticas parisinas por el CSP, Willy desea que la diócesis conceda un mínimo de atención fraterna a sus fieles y a sus sacerdotes, porque, a su juicio, no hay duda de que “si el lugar de culto fuera apropiado habría aún más fieles”.

En este punto, concuerda con el padre de Tanoüarn, quien nos confía que solicitó al arzobispado que se pusiera a disposición del CSP un rango horario en una iglesia, el domingo por la tarde, para celebrar misa y evangelizar. Nos indica que el Motu Proprio cambió las relaciones con el clero, y que los párrocos parisinos estarían dispuestos a ofrecer un espacio al Centro Saint-Paul si contaran con el aval episcopal. Para ilustrar la evolución de las relaciones entre el clero Summorum Pontificum y el diocesano, manifiesta que la celebración puntual de la liturgia tradicional con motivo de bautismos, misas de aniversario o casamientos rara vez ocasiona problemas en las parroquias.

Por su parte, el padre de Tanoüarn no vacila en mostrar su comunión con el obispo y su fidelidad a Benedicto XVI, mediante su participación, desde 2007, en la misa crismal: “El papa nos dio el marco teológico de una verdadera paz de la Iglesia. Hay que ser fiel a este marco, sin hacer trampa”, explica. Sólo un compromiso sincero y humilde, lo que no significa ingenuo y sumiso, contribuirá, según él, a “inventar la continuación del tradicionalismo resistente”, para dar nacimiento “a los tradicionalistas de la Nueva Evangelización”. “Nuestro deseo, nuestro desafío, concluye, es mostrar que la liturgia tradicional es misionera y puede servir para la reevangelización”.


II – Las reflexiones de Paix liturgique

1) En la historia del Centro Saint-Paul hay una coincidencia que su fundador no deja de resaltar: nació al mismo tiempo que el pontificado de Benedicto XVI. En el sermón de la misa inaugural del centro, el 1º de mayo de 2005, fiesta de San José Obrero, el padre de Tanoüarn había definido esta concomitancia como un “signo por el que se manifiesta la Providencia”. Un papa que se llama José, una capilla situada en la calle San José, bajo el patronato de San José e inaugurada un día dedicado a San José..., sí, la Providencia sabe cómo hace las cosas. ¡Y las hace tan bien que es precisamente a San Pablo a quien el nuevo papa dedicará el primero de los años jubilares de su pontificado!

2) Sin lugar a dudas, la situación del Centro Saint-Paul muestra la falta de generosidad con la que son tratados, en París, pero no sólo allí, los fieles y sacerdotes que vuelven a Roma. En estos tiempos de reconciliación entre Roma y Écône, cosa que nos alegra, es útil recordar a nuestros pastores el primero de sus deberes: la caridad hacia las almas que les son confiadas.

3) En el primer sermón pronunciado en el Centro Saint-Paul, al explicar el doble patronato de San José –el custodio– y de San Pablo –el evangelizador–, el padre de Tanoüarn utilizó esta frase: “Nada de difusión sin conservación, si no, seríamos víctimas de nosotros mismos”. Una divisa que bien podría aplicarse al pontificado de Benedicto XVI…

4) Mientras que algunos prelados franceses, empezando por el cardenal de París, continúan clasificando a los fieles por su color litúrgico o político, cabe saludar el coraje del padre de Tanoüarn, quien osa proponer una aproximación a la vez espiritual, cultural y litúrgica de la Fe. Un fiel del CSP define el Centro Saint-Paul como “un lugar de salvaguarda de la libertad de espíritu. También es un lugar de caridad donde, por fin, los tradicionalistas no empuñan su bandera con hosquedad, ni injurian ni prohíben a nadie. Por ello, muchos han encontrado allí SU lugar, el lugar donde se tiene el derecho de PENSAR sin atenerse a los diktats modernistas… o integristas”.