Correo 45 publicado el 16 Abril 2014

"NO ESTAMOS SOLOS"


Homilía del cardenal Castrillón a los peregrinos del pueblo Summorum Pontificum en la basílica de San Pedro.



Tenemos la alegría de proponer a nuestros lectores el texto de la homilía pronunciada con ardor por Su Eminencia el cardenal Castrillón Hoyos, prefecto emérito de la Congregación para el Clero y ex presidente de la Comisión Ecclesia Dei, durante la santa misa celebrada el 26 de octubre de 2013 en la basílica vaticana con motivo de la segunda peregrinación internacional Summorum Pontificum a Roma. Un poco antes, Mons. Guido Pozzo, actual secretario de la Pontificia Comisión Ecclesia Dei, había leído el mensaje del papa Francisco a los peregrinos del Cœtus Internationalis Summorum Pontificum. El texto del cardenal Castrillón es una nueva contribución a la paz y la unidad del pueblo cristiano, que se agrega a las que ya ha hecho en numerosas ocasiones este gran servidor de la Iglesia, por lo que no podemos menos que estarle sumamente agradecidos.

En ese sermón, muy esperado por los peregrinos, que representaban a los sacerdotes, religiosos y fieles del mundo entero ligados a la forma extraordinaria del rito romano, el cardenal afirmó que la misa tradicional, a la que llama «rito gregoriano», ha encontrado nuevamente toda su vitalidad: «El motu proprio Summorum Pontificum ha devuelto al pueblo cristiano la posibilidad de gozar de los beneficios vinculados a su celebración». También dijo estas palabras muy consoladoras: «No estamos solos, porque al celebrar el rito antiguo, nos acompañan siglos maravillosos de historia de la santidad; en el silencio del misterio de este rito sagrado, miles de santos han encontrado la dulce profundidad del encuentro con Dios». Más que referirse a la «misa de siempre», tópico tan frecuentemente empleado, el cardenal Castrillón habla, en suma, de la «misa de los santos», una fórmula que manifiesta la unidad del pueblo Summorum Pontificum con la Iglesia triunfante.


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¡Alabado sea Jesucristo!

Con gran satisfacción saludo a todos los participantes de esta peregrinación ad Petri Sedem con motivo del Annus Fidei.

Es una ocasión de alegría especial la que tenemos hoy de poder rendir homenaje, precisamente en el Año de la Fe, al papa Francisco, jefe visible de la Iglesia, que como nos enseña el Evangelio, está fundada sobre la roca de Pedro.

Queridos fieles, el santo rito gregoriano que, de cierta forma, ha vuelto a encontrar su vitalidad hace seis años con la promulgación del motu proprio Summorum Pontificum, ha devuelto al pueblo cristiano la posibilidad de gozar de los frutos vinculados a su celebración.

Hoy, conscientes de esta verdad, con nuestra presencia en el templo principal de la cristiandad y por la intercesión de la Virgen María, queremos cumplir el acto de consagración a Cristo Rey del Universo, en obediencia al Vicario de Cristo.

El Evangelio de San Lucas nos enseña cómo el misterio de nuestra salvación personal se cumple en la fidelidad a Dios, y el ejemplo más grande que nos da el mismo Señor de los Señores para alimentar este deseo de santidad es, incontestablemente, el de la gloriosa Madre de Dios.

Aunque es cierto que las virtudes incomparables de la Santísima Virgen constituyen un modelo inaccesible para nosotros, también es verdad que al consagrarnos a esta Madre de todas las gracias, nos aseguraremos el gozo de los beneficios espirituales que sólo Ella ha merecido plenamente por su humildad y obediencia a Dios, al punto de estar no sólo engalanada con ellos, sino de haber sido instituida su real dispensadora. «He arraigado en un pueblo glorioso, en la porción del Señor, en su heredad» (Ec 24,12). Por medio de estas palabras de consuelo místico el libro del Sirácida describe la presencia constante de nuestra Madre en medio de sus hijos a fin de ejercer esta mediación de todas las gracias que le es propia.

«Ciertamente, no se puede decir que la dispensación de estos tesoros no es un derecho propio y particular de Jesucristo, puesto que ellos son el fruto exclusivo de su muerte, y Él mismo es, por naturaleza, el mediador entre Dios y los hombres. No obstante, en razón de la comunión de dolores y de angustias, ya mencionada, entre la Madre y el Hijo, ha sido dado a esta augusta Virgen ser la muy poderosa mediadora y abogada del mundo entero junto a su Hijo» (San Pío X, encíclica Ad diem illum laetissimum, con motivo del quincuagésimo aniversario de la proclamación del dogma de la Inmaculada Concepción por Pío IX).

El papel central de María en la historia de la salvación, en la vida de la Iglesia y en la de cada uno de nosotros, está perfectamente sintetizado en el Tratado de la verdadera devoción a la Santísima Virgen de San Luis María Grignion de Montfort: «Dios Hijo ha comunicado a su Madre todo lo que ha adquirido por su vida y por su muerte, sus méritos infinitos y sus virtudes admirables y la ha constituido tesorera de todo cuanto su Padre le ha dado en herencia; por medio de Ella, Él aplica sus méritos a sus miembros, comunica sus virtudes y distribuye sus gracias” (nº 24).

Y San Luis María escribe, a propósito del designio celestial del Todopoderoso de hacer de María la Mediadora Universal de la salvación: «Dios Espíritu Santo ha comunicado a María, su fiel esposa, sus dones inefables, y la ha elegido como dispensadora de todo cuanto posee, de manera que Ella distribuye a quien Ella quiere, cuanto quiere, como quiere y cuando quiere, todos sus dones y sus gracias, y el Espíritu Santo no concede ningún don celestial a los hombres sin que pase por sus manos virginales» (nº 25).

En este Año de la Fe, la Iglesia nos invita a mirar con particular atención hacia Aquélla que, la primera y del modo más sublime, creyó en la palabra del Señor, al punto de verse asociada como corredentora a la obra de salvación llevada a cabo con la muerte y la resurrección gloriosa del Hijo de Dios virginalmente concebido en su seno.

«La Madre del Señor es el ícono perfecto de la fe, como dirá Santa Isabel: “Bienaventurada la que ha creído” (Lc 1,45)», nos recuerda el papa Francisco en Lumen Fidei (nº 58). El solícito doctor San Alfonso María de Ligorio, citando a Suárez, afirma: «María tuvo más fe que todos los hombres y que todos los ángeles. Veía a su Hijo en el establo de Belén y creía que era el Creador del mundo. [...] Finalmente, lo vio morir, despreciado y crucificado, y mientras que la fe de los demás vacilaba, María seguía creyendo firmemente que era Dios» (Las Glorias de María, segunda parte «Las virtudes de María», capítulo III, §4).

El Venerable Pío XII nos invita a honrar el nombre de María, tanto tributándole las alabanzas que le son debidas, como imitando con nuestra vida el ejemplo de las virtudes con que está coronada. «En sumo honor sea el nombre de María, más dulce que el néctar, más precioso que toda joya [...]. Que nadie, por lo tanto, se juzgue hijo de María, digno de ser acogido bajo su poderosísima tutela si no se mostrare, siguiendo el ejemplo de Ella, dulce, casto y justo, contribuyendo con amor a la verdadera fraternidad, no dañando ni perjudicando, sino ayudando y consolando» (Ad Caeli Reginam, IV).

Con nuestro Santo Padre Francisco, imploremos la intercesión de la Madre del Señor y nuestra Madre, a fin de que preserve nuestra fe y nos ayude a ser verdaderos discípulos de Jesús, guardianes de la paz: «Nos dirigimos en oración a María, madre de la Iglesia y madre de nuestra fe. ¡Madre, ayuda nuestra fe! [...]Recuérdanos que quien cree no está nunca solo. Enséñanos a mirar con los ojos de Jesús, para que Él sea luz en nuestro camino» (Lumen Fidei, n° 60).

Querido Santo Padre, los peregrinos que nosotros somos, en su basílica pontificia, en el altar de su cátedra, queremos asegurarle hoy más que nunca que jamás nos sentimos solos. Santísimo Padre, somos sus hijos y sentimos su proximidad, estamos bajo su mirada de padre amoroso, en compañía de nuestra Madre de los Cielos. No estamos solos, porque al celebrar el rito antiguo nos acompañan maravillosos siglos de historia de la santidad; en el silencio del misterio de este rito sagrado, miles de santos han encontrado la dulce profundidad del encuentro con Dios, y, en este día particular, no nos dejan sentir la amargura de la soledad, porque gozamos, en la Roma del papa, nuestro padre, del abrazo de todos nuestros hermanos del mundo.

Más aún, en la gran plaza de San Pedro, lugar de acogida universal, sentimos el calor fraternal de la naturaleza humana y podemos compartir las esperanzas, las lágrimas y los suspiros de creyentes y no creyentes, de cristianos y no cristianos.

De esta fuente de amor que es la Roma del papa Francisco, llevaremos a las rutas del mundo el gozoso mensaje de Jesús, hijo de María e Hijo de Dios, que nos ama hasta la muerte en Cruz y nos espera en el gran abrazo de la Resurrección.

Que la Reina del Santo Rosario, a quien imploramos las gracias tan anheladas por nosotros y por el mundo entero, toque el corazón de los hombres para que sepan ser verdaderos discípulos del Redentor.

Cardenal Castrillón Hoyos, basílica de San Pedro, 26 de octubre de 2013, peregrinación internacional a Roma del pueblo Summorum Pontificum

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La próxima peregrinación Populus Summorum Pontificum tendrá lugar del jueves 23 al domingo 26 de octubre de 2014. Al término de la procesión del sábado 25 de octubre, el cardenal Burke celebrará la misa en la basílica de San Pedro (a mediodía). Este año, la peregrinación concluirá en Nursia, ciudad natal de San Benito, donde los peregrinos serán recibidos por Dom Cassiano Folsom, prior del monasterio San Benedetto, y sus monjes, cuyo apostolado se desarrolla in utroque usu (en ambas formas del rito romano).

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