Correo 66 publicado el 18 Febrero 2016

Cómo introducir en las parroquias la forma extraordinaria de un modo pacífico y estable

Don Milan Tisma es capellán de la asociación Magnificat, capítulo chileno de la Federación Una Voce, y es también titular de la parroquia San Juan de Dios en Santiago de Chile. Celebra la Misa tradicional desde su ordenación, en 1997, por el Cardenal Oviedo, en aquel entonces arzobispo de Santiago de Chile, y quien siempre fue un firme apoyo en su vocación. Tiene entonces una larga y original experiencia, que le ha servido de base para dirigirse en julio de 2015 a los participantes del primer congreso Summorum Pontificum chileno sobre el tema de la celebración de la forma extraordinaria en el ámbito de una parroquia.

Expondremos a continuación los puntos más importantes de la conferencia de don Milan.

NB: Agradecemos a Magnificat por la traducción.



Don Milan Tisma en julio de 2015.


I. Recuperar el sentido de lo sagrado.

Desde mucho antes de convertirse en el Papa del motu proprio Summorum Pontificum (2007), el cardenal Ratzinger explicaba ya, con constancia y claridad, por qué la crisis de la Iglesia depende del modo cómo tratamos la liturgia. Posteriormente, ha insistido a menudo en el hecho de que la pérdida del sentido de lo sagrado es un elemento fundamental de esta secularización, que ha enfrentado vigorosamente a lo largo de su magisterio pontifical.

Y porque una de las consecuencias más evidentes y dramáticas de la reforma litúrgica es, precisamente, esta pérdida del sentido de lo sagrado, el Pbro. Tisma afirma que el redescubrimiento de dicho sentido debe ser el objetivo primero de toda renovación litúrgica parroquial.

Apelando a la definición de lo sagrado formulada por el teólogo luterano alemán Rudolf Otto (1869-1937)[1] como “mysterium tremendum et fascinans”, don Milan cree que el regreso del hombre contemporáneo hacia lo sagrado pasa, precisamente, por el reencuentro con el más “terrible” y “fascinante” de los misterios, a saber, la irrupción del Cielo en la Tierra en la persona de Nuestro Señor Jesucristo. ¿Qué puede haber de más terrible y fascinante, para los mortales que somos, que la Encarnación del Hijo de Dios, Su Vida, Su Muerte y Su Resurrección?

La liturgia católica, tradicionalmente “Casa de Dios y Puerta del Cielo”, como la Virgen María, ha sido desde antiguo el fiel reflejo de este gran misterio constituido por el descenso del Cielo a la Tierra. Desgraciadamente, la liturgia moderna ha perdido su capacidad de atracción al volver la espalda al mysterium tremendum. La pérdida del carácter sacrificial de la Santa Misa – tema recordado recientemente en el discurso del cardenal Ranjith al congreso eucarístico indio y en las 10 razones para escoger la liturgia tradicional expuestas por el profesor Kwasniewski (ver nuestra carta 64) – en el misal de Pablo VI y su traducción a las lenguas vernáculas, ha abierto el camino a su negación por un número demasiado grande de celebrantes, ya sea que se pongan incluso – literalmente – a bailar alrededor del altar, ya sea que se contenten con conmemorar únicamente el banquete pascual. Ahora bien, sin sacrificio, no hay misterio. Ni tremendum ni fascinans.

El Pbro. Tisma agrega, por otra parte que, sin misterio, la liturgia deja de ser una epifanía (manifestación) de la gloria y de la perfecta santidad de Dios.

Para don Milan resulta claro que “el apostolado de la forma extraordinaria puede y debe colaborar a la recuperación de este sentido del misterio”. Ya sea rezada, o cantada, o solemne, la Misa tradicional lo tiene todo para despertar el sentido y, por lo tanto, el deseo de lo sagrado en nuestros contemporáneos. Corresponde a los sacerdotes, especialmente los párrocos, saber usarla atinadamente para producir un shock – en el sentido médico del término – en sus ovejas, sin causar en ellas una reacción adversa.


II. Contribuir a la paz litúrgica.

A 12.000 kilómetros de Nanterre, donde nació la aventura de Paix Liturgique, hay un párroco para quien la celebración in utroque usu, en una forma como en la otra del rito romano, es, sin duda alguna, un instrumento de la paz litúrgica. Para el Pbro. Tisma los párrocos tienen el deber de contribuir a la reconciliación entre los fieles, sin excepción, por todos los medios litúrgicos a su disposición, comenzando por la celebración regular de la forma extraordinaria en su parroquia para quienes la deseen. ¿Qué mejor?


III. (Re)construir una casa común.

Desde la reforma litúrgica, hay muchas generaciones de cristianos que sólo han conocido una liturgia devastada, deformada y superficial. Y han perdido, de este modo, no solamente el conocimiento y el gusto de lo sagrado, sino también su casa común, aquello que Klaus Gamber (1919-1989) llamaba Heimat, la “pequeña patria”, el terruño, el hogar propio, de los católicos.

Esta pequeña patria se ha perdido porque ya no existen dos Misas idénticas en todo el orbe, puesto que de una iglesia a otra, de un domingo a otro, los sacerdotes celebran según su buen entender, como pueden, como quieren. Privado de esta pequeña patria común, el católico se transforma en un apátrida litúrgico, un fiel sin un lugar seguro donde nutrir su fe y reposar. “Nosotros, los párrocos, afirma el Pbro. Tisma, podemos y debemos ayudar a reconstruir esta pequeña patria para ofrecer de nuevo un hogar a nuestros fieles”. Es ahí donde interviene la contribución que los sacerdotes pueden hacer a la reforma de la reforma: “Podemos ser los actores del enriquecimiento mutuo, dando vida a las dos formas del rito romano, la una junto a la otra”.


IV. Obrar gradualmente.

¡Cuidado con responder a la revolución con una contra-revolución y engendrar así el desorden!

El Pbro. Tisma no vacila en absoluto al momento de establecer la primera norma para la introducción en las parroquias, de modo durable y perenne, de la forma extraordinaria: la gradualidad. Ir demasiado rápido o con demasiada intensidad es una tentación que hay que resistir, porque en general debe llevarse a cabo toda una reeducación litúrgica entre los fieles. Los cambios litúrgicos deberían ir acompañados de una catequesis adecuada sobre la liturgia misma, su estructura, su calendario, el servicio del altar, como también sobre la música, los ornamentos, el uso del latín, etcétera.

Por otra parte, pocas parroquias pueden, de un día para otro, encontrar los recursos necesarios para la celebración litúrgica tradicional, ya que, a menudo, han sido vendidos, dilapidados o destruidos después del concilio.

Otro principio mencionado por don Milan es el de la continuidad. Con una cita del profesor Kwasniewski, nos invita a aprovechar el carácter permisivo de las rúbricas del nuevo misal para escoger, cada vez que sea posible, aquello que parezca más en continuidad con la tradición anterior. Este principio complementa la regla de la gradualidad y permite, tanto a los fieles como a quienes ayudan a la Misa, asimilar poco a poco “la nueva liturgia de Benedicto XVI”.


V. Concretamente y visiblemente.

He aquí las iniciativas que, apoyándose en su propia experiencia, propone el Pbro. Tisma a los párrocos que deseen reorientar su liturgia, a fin de dar a Dios, de un modo perdurable, el culto que le es debido. La directiva principal es sencilla: poner nuevamente a Cristo en el centro de la atención.

El presbiterio debe volver a ser el templo del Señor, y ya no más el escenario donde se ajetrea el celebrante. El párroco, con la ayuda de su sacristán, debe seguir el ejemplo de Benedicto XVI y reponer la cruz y los candelabros sobre el altar. Eventualmente, y si es posible, debe poner más atrás el altar moderno, si está demasiado cercano a la nave. La idea es no tener más que un solo altar, para ofrecer a los fieles una sola pequeña patria.

Además, como lo recuerda Klaus Gamber, el altar debe estar vestido y revestido. En su parroquia don Milan ha restablecido el uso del antipendio. Ello proporciona una estabilidad visual a los fieles y permite acostumbrarlos a los tiempos litúrgicos mediante el cambio del color del frontal, cuando ello es posible.

La etapa siguiente, una vez que se ha restaurado el presbiterio, es la celebración versus Deum, que debe ser acompañada de una adecuada catequesis. El Pbro. Tisma ya lo había hecho, por su parte, durante el Adviento, con ocasión de iniciarse un nuevo año litúrgico.

Enseguida, el Pbro. Tisma propone recurrir a los tiempos fuertes del año litúrgico para que los fieles descubran progresivamente la forma extraordinaria, siguiendo la gradualidad propia de la liturgia tradicional. En su parroquia, don Milan se ha apoyado en una instrucción del episcopado chileno que data de 1960, aplicable por lo tanto al misal de san Juan XXIII, que fomenta la misa llamada “comunitaria”, que es de hecho una misa rezada pero con un laico que guía a la asamblea en las actitudes de oración y en los cantos [nota de la Redacción: se trata del Directorio Pastoral para la Santa Misa aprobado por la Asamblea Plenaria del Episcopado Chileno en 1960, el que puede ser consultado aquí].


VI. En el transcurso de la celebración.

Los consejos que siguen se refieren a la celebración de la forma ordinaria. El Pbro. Tisma las ha expuesto, sobre todo, en respuesta a la petición de los participantes en el congreso. No se trata de normas rígidas, sino más bien de sugerencias que pueden ser adoptadas en particular por cada sacerdote, en función de las circunstancias de la parroquia en la que se desempeña y de su preparación personal.

He aquí, para comenzar, las que se refieren a los aspectos públicos de la celebración:

- recitar el Credo en latín.
- omitir el signo de la paz durante la semana.
- fomentar los momentos de silencio.
- restablecer el uso del incienso en las Misas dominicales o en los días de fiesta.
- dar, regularmente, una catequesis sobre la comunión.
- fomentar la Adoración del Santísimo, y explicar el sentido de la postura de rodillas.

En lo que respecta más personalmente al celebrante:

- preparar las ofrendas en silencio.
- mantener el pulgar y el índice unidos después de la consagración.
- purificarse los dedos, después de la comunión, con vino y agua, según la práctica tradicional.
- inclinar la cabeza al mencionar a las tres Personas de la Santísima Trinidad, a Jesús, a María, al Santo Padre y al Santo del día.

Para los sacerdotes que más avanzados en el acercamiento de las dos formas del rito romano, sea que celebren ya la forma extraordinaria o que deseen solamente familiarizarse con ella, don Milan propone, por último, los siguientes ejercicios de devoción privada: recitar el salmo 42 (el de las oraciones al pie del altar) al dirigirse desde la sacristía al altar; recitar el Aufer a nobis, al subir al altar; recitar las tres oraciones de la comunión en el momento de silencio que sigue al Agnus Dei; y recitar el último evangelio (el Prólogo de San Juan) al dejar el altar. Además, nada impide que el sacerdote use el birrete o el manípulo, si lo desea.

Agregaremos que, en respuesta a la pregunta de un sacerdote extranjero, don Milan ha explicado que, por razones históricas, la celebración de la forma extraordinaria estuvo a menudo caracterizada por una fuerte influencia francesa. Pero Chile es de tradición española. Por lo tanto, don Milan se esfuerza, y con él la Asociación Litúrgica Magnificat, por defender y promover los usos españoles como, por ejemplo, la mención del santo titular de la iglesia en el rezo del Confiteor, el empleo de la cucharilla para agregar agua al vino vertido en el cáliz, el de la palmatoria en la comunión o el de los ornamentos celestes para las fiestas de la Inmaculada.

Todos los elementos mencionados por el Pbro. Tisma concurren para ofrecer a los fieles el más bello y acogedor de los hogares, del cual sólo Cristo es el único y eterno soberano.


VII. ¿Quiénes son los fieles?

Para terminar su riquísima y original intervención, el Pbro. Tisma ha querido hacer un bosquejo de los fieles que, luego de casi 20 años, ve aproximarse y acostumbrarse a la liturgia tradicional. Y lo maravilloso es que esta descripción es claramente universal.

“Están, en primer lugar, los veteranos que se acuerdan de la pequeña patria de su infancia, que pueden recitar la Misa de memoria, que han atravesado los años de conmociones y que portan cicatrices, pero que miran con esperanza las señales de una nueva paz litúrgica; están, enseguida, los heridos por la nueva misa, que han sufrido los desvaríos de la liturgia posconciliar y se sienten sin hogar; finalmente, están los jóvenes ávidos de lo sagrado, que navegan por Internet buscando lo que llaman “la nueva misa de Benedicto XVI”. Por cierto, en cada una de estas categorías hay simples curiosos, aficionados y también fanáticos. Pero, agrega con una sonrisa, “no más que en la forma ordinaria”.


[1] En su obra Das Heilige (1917), disponible en español: Lo santo. Lo racional y lo irracional en la idea de Dios, Madrid, Alianza Editorial, 2001.