Correo 67 publicado el 16 Abril 2016

ENTREVISTA CON DON CLAUDE BARTHE SOBRE LA INTRODUCCIÓN DE LA FORMA EXTRAORDINARIA EN LAS PARROQUIAS

En una carta anterior les ofrecimos la traducción de los puntos salientes de la conferencia impartida por el Rvdo. Milan Tisma Díaz, titular de la Parroquia de San Juan de Dios en Santiago de Chile, durante el I Congreso Summorum Pontificum realizado en julio de 2015 en aquella ciudad. Esa nota sirvió como pauta de conversación para que Paix Liturgique entrevistara al Rvdo. Padre Claude Barthe, organizador de la peregrinación internacional Summorum Pontificum que cada año se hace en Roma. Hemos pedido al Pbro. Barthe sus comentarios, punto por punto, del testimonio del Pbro. Tisma para profundizar de este modo las vías que se abren a los párrocos que desean enriquecer la liturgia cotidiana y dominical, según el espíritu del motu proprio de Benedicto XVI. Agradecemos a Magnificat Chile por la traducción.


Pbro. Claude Barthe

1) Recuperar el sentido de lo sagrado: es el primer punto abordado por el Pbro. Tisma en su presentación. En sí mismo, ello no tiene nada de novedoso porque son numerosos los testimonios de fieles y sacerdotes que explican que su interés por la forma extraordinaria del rito romano proviene de la gran sacralidad que encuentran en ella. Sin embargo, para justificar su aseveración, el Pbro. Tisma se apoya en la noción de mysterium tremens et fascinans, desarrollada, en su momento, por el teólogo luterano Rudolf Otto: ¿le llama la atención esta referencia?

Pbro. Claude Barthe: La referencia a la obra de Rudolf Otto, Lo Sagrado, en que este tema es analizado como algo, al mismo tiempo, aterrador (tremendum) y fascinante (fascinans), es interesante por cuanto permite corregir la tendencia moderna a hacer desaparecer del culto toda trascendencia, y a hacer del Dios a quien se dirige, un objeto a nuestra medida. Pero hay que retener ambos cabos de la cuerda: Dios es, por naturaleza, incomprensible, no puede ser aprehendido en sí mismo y, sin embargo, se comunica con nosotros por la revelación y por la Encarnación del Verbo, el Emanuel, Dios con nosotros, Dios que se ha hecho uno de nosotros. Santo Tomás explica, en la Summa contra Gentiles, que la suprema “conveniencia” de la Encarnación es, precisamente, hacernos comprender que el acceso a la felicidad eterna, que consiste en unir nuestra alma con aquello que la sobrepasa infinitamente, es una cosa posible, porque la divinidad se ha unido a nuestra humanidad. La humanidad de Jesucristo, cerca y como palpable en la Iglesia, nos sumerge en el abismo insondable de la divinidad unida a esta humanidad, que se hace visible en los milagros que ella produce, por ejemplo, la remisión de los pecados, la transubstanciación eucarística.

2) Para el Pbro. Tisma, si se la priva de su misterio, la liturgia deja de ser epifanía (manifestación) de la gloria y de la perfecta santidad de Dios: ¿está Ud. de acuerdo?

Pbro. Claude Barthe: Estoy totalmente de acuerdo. El Pbro. Tisma apunta con toda razón a esta reducción de lo divino a lo simplemente humano, de la fe a lo simplemente racional, que se manifiesta en la liturgia hoy día, en que el acceso a la trascendencia está, por decirlo así, colapsado. Esta liturgia que se pretende, sobre todo, “cercana a la gente”, termina por no interesar a ésta, hasta el punto que la gente ya no pone los pies en la iglesia. En forma paradojal, la verdadera proximidad que una liturgia bien entendida establece entre el hombre y la santidad incandescente de Dios pasa por el sentimiento de una lejanía absoluta. El novelista alemán Martin Mosenbach lo expresa bien en su libro “La liturgia y su enemigo: la herejía de lo informe” (Hora Decima, 2005). La paradoja inherente a la acción litúrgica, nos dice ahí, está en el hecho de que ella devela y revela el misterio envolviéndolo y ocultándolo. La liturgia oculta la presencia de Dios infinito e insondable tras velos de respeto, de formas, de ritos, y ese mismo hecho lo revela, y hace al alma acceder verdaderamente a esta presencia: es una epifanía que se oculta para poder expresar mejor.

La consagración, dicha en lengua vulgar y sobre una mesa colocada en medio de la asamblea, de un pan que pronto va a ser cogido con la mano para comulgar, ¿se comprende mejor, en la fe, que la consagración de la liturgia oriental, cantada entre nubes de incienso en una misteriosa lengua sagrada, detrás del velo que se ha dejado caer ante la puerta del iconostasio? La pregunta se contesta por sí sola: en el primer caso, se cree comprenderlo todo, y no se comprende nada, porque la proximidad que establece una liturgia banalizada hace muy difícil un verdadero encuentro en la fe; por el contrario, el alejamiento sagrado operado por la liturgia de san Juan Crisóstomo, acerca verdaderamente el alma a Dios. La liturgia es semejante a la tiniebla luminosa en la que Moisés recibió la revelación divina, oscura y resplandeciente a la vez. También se la puede comparar a la “nube luminosa” que “cubrió con su sombra” a los tres discípulos, testigos de la Transfiguración del Señor (Mt. 17. 5).

Para seguir con el ejemplo de la “natividad” del Santísimo Sacramento en el corazón de la misa, en el momento de la consagración: las genuflexiones, inclinaciones, los cirios de los acólitos, las incensaciones, las campanillas, los lienzos sagrados, los objetos sagrados para recibirlo (cálices, copones), y luego el santo comulgatorio, en que se está de rodillas, con las manos sobre un lienzo blanco, para recibir la hostia en la boca, el tabernáculo majestuoso donde se guardará la santa reserva, todo eso aleja por el respeto de adoración, pero acerca, al mismo tiempo, ayudando al acto de fe.

3) Para el Pbro. Tisma, los sacerdotes tienen el deber de procurar la reconciliación de los fieles entre sí por todos los medios litúrgicos a su disposición, comenzando por la celebración regular de la forma extraordinaria: esta afirmación, que desde Francia sería imposible formular mejor, ¿es sólo un deseo piadoso?

Pbro. Claude Barthe: Se trata, en todo caso, de una obra de piedad a la que se dedica Paix liturgique, digna por ello de toda alabanza. En Francia, los curas que comprenden este deber son todavía demasiado pocos, es verdad; pero su número está aumentando. Una experiencia puntual me permite proponer una idea, inspirada por la fiesta de Navidad. En bastantes parroquias de Francia la misa de la noche de Navidad se celebra a las 9 ó 10 de la noche, cuando ya está oscuro. Nada impide al párroco celebrar, o hacer celebrar por un sacerdote idóneo, miembro de una comunidad dedicada a la liturgia tradicional, una misa celebrada, como se debe, a medianoche, de acuerdo con la forma extraordinaria. Se sorprenderá de la concurrencia, incluso con feligreses que asisten habitualmente a la forma ordinaria. De modo general, los párrocos no deberían dudar de recurrir a sacerdotes conocedores de la forma extraordinaria, quienes, además de la celebración de la misa tradicional, podrían ayudarlo con las confesiones, las visitas a los enfermos, los funerales. Esto serviría también para producir reconciliación entre los sacerdotes.

4) Junto con Rudolf Otto, el Pbro. Tisma recurre a otro alemán, Mons. Klaus Gamber, para introducir una noción poco usual en el mundo tradicional: el hecho de que la liturgia es la “pequeña patria” de los católicos, de la que éstos se han visto privados, convirtiéndose en apátridas litúrgicos. ¿No es ésta una de las razones, pocas veces planteadas tan claramente, del vigoroso surgimiento de lo que los sociólogos llaman “el catolicismo de identidad”?

Pbro. Claude Barthe: Sí. Mons. Gamber lamentaba que los católicos hubieran sido privados de su “pequeña patria”, puesto que ya no existen más, en el nuevo rito, llevado al límite, dos misas idénticas. Cuando yo era niño, íbamos en familia a España, que nos quedaba cerca. Y asistíamos a la misa dominical deteniéndonos en cualquier ciudad o pueblito, y era la misma misa que ya conocíamos en nuestra parroquia. En cierto modo, entendíamos todo… excepto el sermón en castellano. Los católicos del mundo entero, donde quiera que asistieran a misa, tenían la impresión de estar en su casa en todas partes. Hacia la época de la reforma litúrgica, se hablaba ya, no de mundialización, pero sí de “aldea planetaria”. Es realmente asombroso que los fabricantes de la nueva liturgia no hayan comprendido que la liturgia contenía ya un vínculo universal, que abría las puertas a una Ciudad que abarcaba el mundo, la aldea planetaria de la liturgia católica. Además, en un momento en que progresaba ya considerablemente la secularización, en cuyo seno el catolicismo se volvía cada vez más extranjero en la Aldea Global, podrían haber percibido, si hubieran tomado en cuenta los verdaderos “signos de los tiempos”, que los católicos tenían más necesidad que nunca de reunirse en una casa familiar.

Si, en efecto, el catolicismo de identidad, en un espectro que va desde la FSSPX a la comunidad San Martín, atrae hoy a practicantes y a las vocaciones, es debido a que ofrece un ritual tradicional o tradicionalizante que hace experimentar sensiblemente esta comunidad de fe y de pertenencia a la familia Christi. El uso del latín resulta muy importante: rezar y cantar en la lengua sagrada de la Iglesia romana expresa y fortalece el vínculo de unidad. Desgraciadamente, la jerarquía católica y sus expertos van absolutamente a contrapelo desde hace más de medio siglo.

5) Gradualidad, continuidad, son los dos principios que recomienda don Milan para establecer, de un modo durable y perenne, la forma extraordinaria en las parroquias: ¿qué piensa Ud.?

Pbro. Claude Barthe: Estoy totalmente de acuerdo. En mi librito sobre la puesta en práctica de la reforma de la reforma, teniendo como punto de referencia la misa en su forma extraordinaria, yo propugno la gradualidad. Perdone que me cite a mí mismo: “La práctica de la reforma de la reforma en una parroquia o lugar corriente de culto es, casi por su naturaleza misma, un proceso gradual, una transición, más o menos rápida, desde una situación “ordinaria” a una cercana a la “extraordinaria”. La ley de la gradualidad puede aplicarse aquí sin problemas de conciencia” (2). Aumentar el espacio del latín, reintroducir la comunión en la boca, usar la plegaria eucarística I (el canon romano), orientar el altar hacia el Señor, recuperar las oraciones del ofertorio tradicional (dichas en voz baja), son las pistas principales que seguir. Poco a poco. Por ejemplo, se vuelve el altar “hacia Dios” en ciertas ocasiones, luego, siempre en semana, luego con ocasión de las fiestas importantes, y por fin todos los domingos, siempre. La mayor parte de los sacerdotes que, en sus parroquias, han practicado la reorientación tradicional de la liturgia, han obrado de este modo.

6) El Pbro. Tisma propone también algunos gestos simples para reorientar concretamente la liturgia parroquial, volviendo a poner a Nuestro Señor Jesucristo en el centro de la atención: un solo altar para las dos formas litúrgicas, “escenificación” del presbiterio, uso de las diversas formas de la liturgia extraordinaria, etc. Ud. está en contacto con numerosos sacerdotes de parroquias in utroque usu: ¿podría darnos otros ejemplos en este sentido?

Pbro. Claude Barthe: Lo más importante desde el punto de vista simbólico, y también lo más difícil de hace aceptar, no por la mayoría de los fieles sino de los más “reformados” de ellos (las religiosas, las señoras que dan la comunión, el diácono permanente), es la celebración de cara al Señor. De ahí el esquema de transición que he recordado, y de cuya realización puedo dar algunos ejemplos. La formación de niños acólitos, muchos, si es posible, que sepan ayudar la misa en las dos formas, es también importante: ellos contribuyen mucho a solemnizar las ceremonias (y a pasar gradualmente de la ordinaria a la extraordinaria). Desde el punto de vista pedagógico, todos los sacerdotes que tienen esta preocupación preparan, por lo demás, folletitos fotocopiados para cada misa, de suerte que, tanto para la misa ordinaria “reforma de la reforma”, como para la misa extraordinaria, los asistentes puedan seguir el rito simplemente dando vuelta las páginas: de este modo todo va calando, y la piedad litúrgica gana mucho. También podrían mencionarse otros puntos: un párroco hace que se toque el órgano durante el ofertorio, lo que solemniza ese momento, durante el cual él pronuncia en voz baja las oraciones tradicionales; otro pronuncia, ya no en voz alta, sino a media voz, las palabras de la plegaria eucarística en castellano o latín, o bien pasa al latín desde el momento de la consagración, lo cual produce también un poderoso efecto de sacralización; otro, para apartar del altar, sin protestas, a las niñas acólitas que ha heredado, y para dar una nota festiva, las ha transformado en un conjunto de hijas de María con albas blancas, que se ubican a los costados de la nave, como los scouts con uniforme y los miembros del coro.

7) Finalmente, don Milan recuerda también la salvaguardia de los usos o privilegios litúrgicos locales: ¿permite tal cosa el motu proprio Summorum Pontificum y la instrucción que lo acompaña, y subsisten tales usos en Francia?

Pbro. Claude Barthe: Siempre han existido en Francia y en otras partes costumbres, legados de antiguos usos de Iglesias locales que se ha conservado hasta la reforma de Pablo VI, y que, por consiguiente, Summorum Pontificum autoriza, puesto que se vuelve a poner las manillas del reloj en 1962, justo antes del diluvio. Quise decir “del Concilio”, discúlpeme… Siempre han existido también costumbres piadosas que se han agregado al desarrollo de la ceremonia. Las grandes iglesias de Francia tenían un ujier que recorría las naves para mantener el orden, en particular durante los desplazamientos para comulgar, que golpeaban el suelo con su alabarda en el momento en que había que arrodillarse. Conocí al ujier de Notre-Dame de París, que ha debido estar en funciones hasta mediados de los años sesenta; otro ha reaparecido en Saint-Nicholas-du-Chardonnet unos diez años después. Algunas parroquias y comunidades han restablecido también la costumbre, antes muy popular en las misas mayores, de la distribución del pan bendito: se presentan al celebrante algunos panes, generalmente un bollo con anís, según las provincias, quien los bendice en el ofertorio, para ser repartidos después, en trozos, del tamaño de un bocado, que se distribuye a los asistentes al fin de la misa. En ciertas comunidades religiosas, hasta los años 70, se bendecía el Sábado Santo un cordero que se consumía en el almuerzo del día de Pascua. Existen también las fanfarrias de San Huberto que tocan con cornos durante la misa (he conocido también, en mi infancia, la fanfarria municipal que tocaba para el 11 de noviembre, presidida por la bandera, que se inclinaba durante las elevaciones). Me dirá Ud. que todo eso es un poco folclórico, pero es popular. Más propiamente litúrgico, y muy francés, es la costumbre de que los chantres, revestidos con capas, oficien no solamente en las vísperas, sino también en las misas mayores, ojalá delante de un gran atril, lo que tiene gran prestancia.


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[1] La messe traditionnelle dans tous ses états, Paris, Éditions de L’Homme nouveau, 2015, 52 pp.
[2] La Messe à l’endroit. Un nouveau mouvement liturgique, Paris, Éditions de L’Homme nouveau, 2010, p. 75.