Correo 114 publicado el 14 Febrero 2022

Semana de oración por la Unidad de los Cristianos: ... pero ¿no con los católicos fieles a la tradición?

Retomamos textualmente para este Correo el título del número 729 de la edición en francés de Paix Liturgique publicado el 15 de enero de 2020, que sigue siendo totalmente actual, como nos lo recuerda la tribuna de La Croix que comentamos a continuación.

 La Semana de Oración por la Unidad de los Cristianos fue instituida por iniciativa del padre Paul Couturier (1881-1953), en enero de 1933, para rezar por la unidad de todos los bautizados cristianos, en particular, católicos, ortodoxos, anglicanos y reformados. Después del Concilio, la Semana incluyó la organización de oraciones en común, llegando incluso a ceremonias comunes. Su preparación está a cargo del Consejo Ecuménico de las Iglesias, de Ginebra, y del Pontificio Consejo para la Unidad de los Cristianos, y transcurre entre el 18 de enero, fecha en que antiguamente se celebraba la Cátedra de San Pedro en Roma, y el 25 de enero, fiesta de la Conversión de San Pablo.

 En 2020 nos hacíamos esta sencilla pregunta: quienes son fieles por fundadas razones mil veces explicadas a la celebración de la liturgia tradicional, ¿siguen siendo católicos? Si ya no son católicos, debido al cambio de paradigma, como se suele decir, operado en el Vaticano II, o al menos no lo son totalmente, es decir, si están en "comunión imperfecta" según la nueva terminología, son cristianos separados, del mismo modo que los ortodoxos, los anglicanos, etc. Y, en tal caso, los mismos principios de un diálogo comprensivo y caritativo, incluido el préstamo de edificios de culto, deben aplicarse a su pastoral. Y si aún lo son, con cuánta mayor razón deben ser tratados con caridad y respeto, como lo son los católicos de los ritos orientales o de idioma diferente del hablada en un país, quienes tienen derecho a una total libertad y a todos los medios para celebrar el culto divino según su costumbre particular.


¡Coherencia de los partidarios del ecumenismo!


 Es por todo esto que nos ha alegrado que cuatro personalidades católicas de Francia, Dom Jean Poteau, abad de Nuestra Señora de Fontgombault, el padre Pierre Amar, sacerdote diocesano, Christophe Geffroy, director de La Nef, Gérard Leclerc, escritor, valiéndose de esta argumentación, hayan publicado una tribuna el 19 de enero último en La Croix, titulada: "Guerra litúrgica: ¿si en vez de acusarnos mutuamente con preconceptos ideológicos, nos escuchásemos?". Reproducimos más abajo el texto integral.

 El tono podrá parecer un poco sentimental, o incluso demasiado irénico, cuando se piensa en la violencia desplegada actualmente por Roma contra los partidarios de la liturgia tradicional. Pero no deja de ser cierto que esta llamada al diálogo, a la comprensión, a la fraternidad, es ante todo un llamado a la coherencia dirigido a los partidarios del ecumenismo: "La Semana de Oración por la Unidad de los Cristianos plantea en primer lugar una cuestión interna de la Iglesia católica. El proceso sinodal que se abre nos invita a superar la verticalidad, el autoritarismo severo y el legalismo meticuloso que sólo crean situaciones insoportables y resentimientos duraderos."

Por tanto, si se es un defensor ardiente del ecumenismo ad extra, con mayor razón se lo debe ser del ecumenismo ad intra, y prodigar a nuestros hermanos no separados, sino diferentes, "respeto fraterno y caridad" como lo pide el decreto conciliar Unitatis redintegratio.

Por cierto, la tribuna de Dom Pateau, Pierre Amar, Christophe Geffroy y Gérard Leclerc, se dirige tanto a los ecumenistas como a los tradicionales, y evoca la reciprocidad que debe acompañar esta actitud. Desde el punto de vista de la caridad, que nunca se debe dejar de lado, es muy adecuada. No obstante, hay que distinguir la situación del cordero de la del lobo que se apresta a devorarlo: ¡es al lobo a quien hay que predicar primero la caridad!


Y la coherencia de los tradicionales...


Y sobre todo, es preciso que los defensores de la liturgia tradicional sean ellos mismos coherentes. A menudo, critican la manera en que se lleva a cabo el proceso ecuménico. Así, Christophe Geffroy, en una editorial de La Nef, de diciembre de 2016, pedía que el ecumenismo fuera un "diálogo en verdad". Formulaba su reflexión a raíz del viaje del papa Francisco a Suecia con motivo de la inauguración del año en que los protestantes conmemoraban el 500° aniversario de la Reforma en que Lutero clavó sus 95 tesis en Wittemberg el 31 de octubre de 1517.

Christophe Geffroy evocaba lo que se llama "el diálogo de vida", en el que se dice: "Dado que la doctrina nos separa, dejémosla de lado, y vemos más bien lo que nos une". Y continuaba: "Esto puede ser aceptable con tal de que quienes se involucran en ello sean conscientes de la realidad de las divergencias doctrinales, lo que permite entonces concentrarse en las cosas concretas de la vida que nos unen". Es así, agregaba, "como hay que leer la 'declaración conjunta' del 31 de octubre de 2016 de Lund, del papa Francisco y del obispo luterano Munib Younan. En efecto, es significativo que tal declaración no aborde ninguna cuestión de fondo (salvo unas líneas sobre la intercomunión, de la que se afirma apenas que debe 'progresar') y se quede sólo en el terreno de las generalidades.


Y el director de La Nef afirma: "el diálogo ecuménico es necesario, pero debe ser llevado a cabo en la verdad". Para ello, hay que evitar "la negación de la realidad que sólo puede conducir a la desilusión y, en definitiva, a sabotear lo que se pretende construir, al edificar sobre arena y no sobre roca...".

No se puede dejar de suscribir estos términos sin aplicarlos al diálogo "ecuménico" que Christophe Geffroy promueve entre católicos favorables a la liturgia nueva y católicos fieles a la liturgia tradicional. Estos deben ser conscientes y manifestar con toda sinceridad y respeto por la verdad, y por supuesto, con absoluta caridad, lo que separa sus prácticas litúrgicas. Mil veces, los tradicionales han manifestado que no están vinculados a la misa tridentina por razones sentimentales, sino por graves razones doctrinales, pero un diálogo apaciguado permitiría hacerlo una vez más. Escucharán con buena voluntad a sus "pares" en el diálogo litúrgico explicarles que la nueva liturgia es más participativa. A lo cual responderán que la liturgia tradicional no es ajena a la participación de los fieles, pero que la sobre-participación a la que cede la liturgia nueva erosiona el sentido del sacerdocio jerárquico. Explicarán, por su parte, que la misa nueva que intentó reemplazar la misa tradicional ha procedido a debilitar en forma considerable la teología del sacrificio eucarístico, de la presencia real, del sacerdocio jerárquico, etc., etc.

Y pedirán caritativa e incluso afectuosamente, que se les deje rezar ecuménicamente siguiendo la liturgia tradicional de la Iglesia de Roma. 


Tribuna publicada en La Croix el 19 de enero de 2022


Guerra litúrgica: "¿Si en vez de acusarnos mutuamente de preconceptos ideológicos, nos escuchásemos"? 


Con motivo de la Semana de Oración por la Unidad de los Cristianos, cuatro personalidades católicas llaman a la "mutua estima" entre los católicos vinculados a la forma antigua de la liturgia y los otros. Los invitan a "tomar las riendas" de la fraternidad a la que están llamados los cristianos.

"Promover la restauración de la unidad entre todos los cristianos es uno de los objetivos principales del Concilio" (1). Tales son las primeras palabras del decreto sobre el ecumenismo del Concilio Vaticano II. Desde entonces, el método ha sido aprendido: dialogar, escucharse, estimarse mutuamente. Aceptar también las diferencias, no negarlas. Rezar con frecuencia juntos. Hemos aprendido que el ecumenismo es afectivo antes de ser dogmático o jurídico. Hemos comprendido también que la unidad de los cristianos es vital para la misma credibilidad del Evangelio. "En esto todos reconocerán que vosotros sois mis discípulos: en el amor que os tengáis los unos a los otros". (Jn 13, 35).

Tal vez Benedicto XVI tenía esto en mente cuando quiso poner fin a la división interna de los católicos alrededor de la liturgia nacida del Concilio. Antes que argumentos jurídicos o dogmáticos, propuso un diálogo. Había que "enriquecerse mutuamente". Esto suponía poner fin a la guerra litúrgica fratricida que tanto había dividido a las comunidades cristianas. En adelante, nos pedía que nos escucháramos mutuamente, que dialogáramos. ¿Lo hemos hecho? No lo suficiente, por cierto. A veces, hemos vivido lado a lado como extraños, reemplazando el enriquecimiento fraterno por la ignorancia mutua. Y hoy estamos pagando el precio.

Una forma de guerra interior

¿Es necesario, sin embargo, renunciar a esta búsqueda de la paz litúrgica? ¿Estamos reducidos al uniformismo litúrgico como único medio de unidad? El asunto es más grave de lo que parece. Porque abre también una forma de guerra interior. Es indispensable estar en paz con el pasado para avanzar. Si no somos capaces de vivir en paz con la forma anterior de la liturgia, instalamos la guerra en el corazón de lo que debería ser el sacramento de la unidad de los hombres con Dios y entre ellos.

La Semana de Oración por la Unidad de los Cristianos plantea, ante todo, una cuestión interna de la Iglesia católica. El proceso sinodal que se abre nos invita a superar la verticalidad, el autoritarismo severo y el legalismo meticuloso que sólo crean situaciones insoportables y resentimientos duraderos.

Preconceptos ideológicos

¿Y si dialogáramos? ¿Si en vez de acusarnos mutuamente con preconceptos ideológicos, en lugar de achacar al otro intenciones inconfesables o de encerrarnos en nuestra historia, nos escucháramos? Descubriríamos afectividades heridas, corazones humillados en ambas partes. Sí, las décadas de 1960 y 1970 estuvieron a veces signadas por una politización y una radicalización de las posturas eclesiales (en particular, litúrgicas) que crearon crispaciones. Sí, tanto unos como otros recibimos en herencia actitudes culturales y sociológicas que piden ser purificadas a la luz del Evangelio. Pero, ¿cómo hacer? ¿Lanzándose anatemas mutuamente? ¡Modernistas! ¡Integristas! ¡Maurrassianos! ¡Progresistas! ¿La verdad saldrá así engrandecida? ¿Prohibiendo por vía administrativa la publicación de los horarios de misas? ¿Alguna vez se ha visto que semejantes métodos contribuyeran a la caridad y a la unidad? La multiplicación de las prohibiciones crea, por el contrario, la fascinación y el deseo de transgresión en las jóvenes generaciones de clérigos y laicos. Debería recordarse que las condenas romanas de Lubac y de Congar contribuyeron a hacerlos leer en los seminarios pero no consolidaron la confianza en la autoridad romana. Aún más, al multiplicar las medidas vejatorias de detalle contra la antigua liturgia, se corre el riesgo de ignorar lo esencial de la reforma litúrgica querida por el Concilio, al encerrarla en un nuevo rubricismo jurídico y autoritario en lugar de abrirla a la participación del pueblo de Dios.

Recemos los unos por los otros

¿Si nos animáramos a rezar los unos con los otros? Es verdad que cada uno debería dar pasos hacia el otro. Pero sería por amor y no por temor. El ecumenismo no es obra de la diplomacia y de la habilidad. Es ante todo una actitud espiritual. Abramos, pues, las puertas. Los sostenedores de la liturgia antigua, cuando puedan, por amor y no por obligación jurídica, animarse a experimentar la concelebración, la hermosa riqueza bíblica de los leccionarios del Novus ordo.

Los que practican la liturgia renovada a partir del Concilio, dejarse interpelar con alegría por las comunidades que celebran el Vetus ordo y producen bellos frutos misioneros. ¿Estamos obligados a competir? ¿La fraternidad es algo imposible? ¿Quién sabe si nuestras parroquias no obtendrían frutos de la celebración hacia Oriente o de la utilización del texto antiguo del ofertorio en ciertas ocasiones? 

Un corazón benevolente

¡Visitémonos mutuamente! Vayamos con buena voluntad a pasar un domingo con quienes celebran al mismo Señor con ritos distintos de los nuestros. Tal vez nos sintamos chocados por tal o cual manera de obrar. Pero si nuestro corazón es benevolente, descubriremos semillas del Verbo que nosotros mismos hemos olvidado.

La paz litúrgica de la Iglesia no podrá lograrse mientras una parte mantenga una actitud de sospecha hacia la otra. Ya que el papa nos lo pide, corresponde a todos, obispos, sacerdotes y laicos tomar las riendas de esta fraternidad desde la base más bien que esperar decretos que la reglamenten. El papa nos confía el riesgo de la unidad. ¿Y si nos animáramos a tomarlo en mano? ¿Si nos animáramos a tender la mano?